Dos mediterráneos en el inhóspito desierto australiano

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Texto y fotos de Alex Postigo

A mediados de mayo, las marejadas del norte empezaban a perder intensidad, mientras que los mares del hemisferio sur comenzaban a agitarse. Las ganas de poner rumbo a paraderos desconocidos empezaban a hacerse evidentes. Tengo un buen amigo que estaba viviendo en Australia occidental, en Margaret River, al sur de Perth. Joaquín Muñoz y yo llevamos años explorando y viajando juntos, así que no hizo falta que me insistiera. La costa oeste de Australia es un sueño para cualquier amante del mar y la fotografía, una costa conocida por sus marejadas constantes. Tras obtener el visado de turista, me subí en el primer vuelo con destino a Perth.

Treinta y pico horas de viaje y ya estaba en Margaret River. Mi amigo Joaquín me recogió en la parada del autobús en una vieja furgoneta VW, a la que llamaba ´Iggy´, por su matrícula (1GGY-403). De camino a casa, me relató lo fácil que resulta para un inmigrante asentarse en Australia. Donald Horne, un analista social, apodó Australia como “el País con Suerte”, y yo estaba ahí para descubrirlo por mí mismo. Por aquel entonces mi amigo vivía junto a tres otros ´backpackers´ en una especie de bungalow a 10 minutos de olas tan famosas como The Box y Main Break. Durante la cena, Joaquín sacó un plano de la costa oeste que fuimos diseccionando kilometro a kilometro, planeando nuestra ruta. Unos australianos que cenaban con nosotros nos hablaron de unas izquierdas muy buenas al norte de un pueblo, mayoritariamente indígena, llamado Carnarvon, junto a una extensión de arrecifes protegidos en la reserva marina llamada Ningaloo. Después de cenar nos mostraron en Youtube un video de dichas izquierdas, que se llamaba ´Camel barrel West Oz´ y quedamos fascinados.

Al día siguiente nos pusimos manos a la obra: A Iggy le montamos un armario más y pusimos una baca en el techo para llevar todo el equipaje, y también instalamos un panel solar para llevar nevera al desierto; según nos dijeron, beber cerveza fría en el desierto es una experiencia sublime. Tras los últimos preparativos, subimos cinco tablas y nos pusimos en ruta hacia el desierto.  Australia occidental tiene 3.600km de costa, de los cuales 1.600km tienen buen potencial para el surf. Uno de los inconvenientes de este trecho es la dificultad de acceso a los spots, ya que la mayoría de los caminos son únicamente transitables con potentes todoterrenos. Nos tiramos casi un mes para hacer los primeros mil kilometros en dirección norte, ya que exploramos detenidamente muchos tramos de costa, mapa en mano, por falta de conexión telefónica. Las carreteras del oeste carecen de curvas, y solo ves canguros muertos y vastas extensiones de arbustos pequeños. Pero con buena música y la ilusión que aporta la excitación de la exploración, condujimos incansablemente durante horas y horas. Íbamos parando en los puebluchos pesqueros, donde encontrábamos con frecuencia olas buenas y casi siempre solitarias.

A medida que subíamos, la arena se volvía cada vez más rojiza, y el paisaje cada vez más desolador, hasta que llegamos a Carnarvon. Un pueblo donde las principales actividades son la minería y el cultivo de plátanos; y la ingesta descontrolada de alcohol por parte de los nativos. Nos sorprendió ver que la mayoría de la población era indígena y nos relataron en primera mano la cruel historia y el legado de la colonización inglesa. Carnarvon es el último oasis donde abastecerse antes de adentrarse en el desierto. Calculamos el agua que íbamos a necesitar para beber y cocinar y lo guardamos en dispensadores. Llenamos a Iggy de gasolina, cargamos otro bidón más de reserva y nos adentramos en la tierra roja.

Los lugareños del desierto eran, por lo general, bastante agoreros. Nos hablaban de un calor aplastante y un frío glacial tras caer el sol. Nos avisaban de grandes cantidades de moscas, que se te metían por todos los orificios de la cara y que incluso tragabas al respirar. Pero a nosotros esto nos parecía un precio poco elevado a cambio de surfear lo que los surfistas reconocen como las mejores izquierdas de Australia. 

Las carreteras estaban sin asfaltar. Dos días antes había caído un diluvio (en el desierto llueve unos cuatro días al año) y nos informaron de que las carreteras estaban intransitables. De todos modos lo íbamos a intentar, ya que marcaba una buena marejada. Iggy también demostró su espíritu aventurero ese día y no nos dejó tirados. Tras cuatro horas sorteando baches y piedras por aquel terreno inhóspito, vimos el primer cartel anunciando la llegada al primer campamento. 

Habíamos llegado al ¨Camp Of The Moon¨, un asentamiento surfero en medio de la nada. Literalmente, parecía que estábamos en la luna. A pesar de ello, se notaba que el lugar tenía un misticismo y cierto magnetismo. Red Bluff, la izquierda que rompía a los pies de un monte que nos fascinaba, adquiría un aspecto aurífero al recibir los primeros rayos de sol al amanecer. La ola era rápida y contundente, tal era su perfección, que parecía sacada de los bocetos del cuaderno de cualquier surfista en su juventud. Allí cogimos tres buenas marejadas con poca gente, teniendo en cuenta la excepcionalidad de dicha ola.

En los días sin olas, nos dedicábamos a la pesca y al buceo. Nos dijeron que en el noroeste de Australia era muy fácil vivir del mar, y no nos engañaban. Nos atiborramos de pescado. Anochecía pronto, ya que estábamos en el invierno austral, y por las noches, al encender las hogueras para combatir el frío, la ladera se iluminaba. A falta de cobertura, no quedaba otra que contar historias junto a las llamas. Joaquín sacaba una vieja guitarra y se dedicaba a cantar canciones de Dylan mientras los demás especulábamos sobre la siguiente marejada. Cuando nos dimos cuenta que el agua potable escaseaba, tomamos la decisión de dejar el campamento de la Luna y tirar hacia el norte en busca de otra mítica izquierda llamada Tombstones (lápidas). 

En el tramo de costa entre el campamento de la Luna y Three Mile Camp, donde se encuentra Toombstones, se extienden arrecifes con diversas orientaciones y ángulos donde encajan las marejadas provenientes del sur oeste. Se puede decir que existe un potencial extraordinario para el surf. Three Mile Camp es un campamento más poblado y mucho más antiestético pero con servicios bastante más decentes. La ola queda a unos 800 metros al sur, en un trecho de arrecife que aboca otra izquierda de ensueño. El arrecife tiene cuatro picos determinados que cuando funcionan crean una izquierda interminable, hasta donde alcanza la vista. Los dos picos más conocidos se llaman Centers y Tombstones. Centers se usa, por su take off más suave, para encarar la siguiente sección: Tombstones. Es una izquierda temible que, a partir de metro y medio, se dobla sobre sí misma, creando una masa de agua de dos o incluso tres labios. Las historias que nos contaron los surfistas más veteranos eran para poner los pelos de punta. Varios surfistas habían perdido la vida en esa ola. La combinación de la poca profundidad y el hecho de que el hospital más cercano está muy lejos, la han hecho mundialmente conocida por su carácter letal. Cuando la vimos por primera vez, me cortó la respiración. Las paredes, de color azul eléctrico, se elevaban y rompían con tal perfección que parecían fotogramas. Por suerte, los alisios soplaban de tierra en todo momento y nos pasamos los días restantes hipnotizados por el lugar.

Cuando se nos terminó el agua potable, deshicimos el campamento y nos preparamos para las cuatro horas de baches de vuelta. Tras muchas penalidades llegamos a Carnarvon. Los móviles empezaron a hacer luces y de pronto se inundaron de emails y mensajes, momento en el que aprendimos a valorar la desconexión y la vida tan diferente en el desierto. Nos dijimos un último adiós. Joaquín continuó su viaje hacia el norte. A mí me dejó en una estación en medio de la nada, donde emprendí mi largo viaje a casa. Tal y como dijo Donald Horne pensé, ‘Australia es un país con suerte’ sobre todo para quien lo sabe aprovechar.